Porque lo único que necesito es tu nombre para saber las razones por las que peleo III Empujó la puerta, que produjo un sonoro q...

War: Episodio 25

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Porque lo único que necesito es tu nombre para saber las razones por las que peleo III




Empujó la puerta, que produjo un sonoro quejido. Tras la puerta lo esperaba una habitación que debía de ser amplia, pero el exceso de muebles y objetos que tenían ahí resguardados, le reducía su espacio. La única luz del lugar provenía de las ventanas tapiadas por las que se escurrían delgados hilos de luz. Un olor a viejo y polvo invadió su nariz. El silencio del lugar sólo había sido interrumpido por el quejido de la puerta, bastó una fracción de segundo para el quejido dejara de propagarse por la habitación y el silencio recuperara su dominio.
Adrián miraba en todas direcciones mientras se internaba en el caótico camino que formaban los objetos de la habitación, sus sentidos se enfocaban en descubrir a Joyce.

—Ahora es cuando pienso en el tiempo que pasamos juntos—la voz de Joyce le llegó desde la región más alejada del cuarto, él la siguió como una señal que le mostraba el camino correcto—. Aunque me decía que era feliz a tu lado, no podía dejar de sentirme sola.

Sabía que la intención de Joyce era llevarlo hasta ella, ya se habían acabado los juegos de sombras, ya no habría más engaños, sólo quedaba escribir el último acto. Aun así, pensó que lo mejor era continuar la conversación.

—Yo también comencé a sentirme solo a tu lado —declaró con un dejo de amargura—. Comenzó como algo bueno, pero después lo volviste un infierno, o tal vez fuimos los dos. Me sorprende que lo nuestro llegara tan lejos. Comenzaste a tratarme como si fuera de tu propiedad, como si sólo debería tener ojos para ti.

—Pensé que no te habías dado cuenta de las veces que fui posesiva —replicó Joyce lacónicamente.

—¿No darme cuenta? —preguntó Adrián, mientras atravesaba un estrecho pasillo—. La sutileza nunca ha sido lo tuyo, siempre lo supe, sólo que evite señalarlo porque no me importaba, al menos al inicio. Después se volvió muy molesto, tanto que comencé a odiarlo.

Había llegado a un amplio espacio creado por los muebles que le rodeaban. Joyce lo esperaba con una expresión entristecida, sujetaba con fuerza a Daniel por el cuello y mantenía su otra mano tras la espalda del chico. Había algo de desesperanza en cada uno de sus gestos, ya no esperaba una victoria pero tampoco deseaba una silenciosa derrota.

—Tira tu katana —le ordenó Joyce con una macabra sonrisa—. Tengo una navaja con ganas de usar a tu querido Daniel como funda y no sé cuánto tiempo puedo detenerla.

Adrián la obedeció sin objetar. Joyce ya no tenía nada que perder, y él todavía tenía mucho que perder, las cicatrices en el rostro de Joyce eran un recordatorio de ello.

—Patéala hacia aquí —le indicó mientras señalaba con la cabeza un punto cercano a ella—. No te demores mucho, la navaja es algo impaciente.

Él obedeció sin demora. Ahora que estaba desarmado, su mente se esforzaba en encontrar una manera de recuperar a Daniel sin ponerlo en peligro. Mientras buscaba debilidades en Joyce, recordó que su pierna estaba rota, al menos todavía no había sanado por completo. Aunque por el momento ello no representaba una ventaja sobre ella, era un dato que debía recordar para aprovecharlo en el futuro.

—Eras especial para mí —continuó Joyce, una vez que la katana estuvo de su lado—. No quería perderte. Tenía miedo de que un día me abandonaras. Todo lo hice por ese motivo, aunque ahora parece que todo lo que hice sólo fue cometer un error tras otro. Hubo un momento en que ya no supe que era lo que debía de hacer, sólo deje que las cosas sucedieran, aunque nunca quise que te fueras de mi lado.

—Ese siempre fue tu problema —señaló Adrián con dureza—. Tú nunca quisiste a alguien para que te acompañara en tu vida, sólo querías a alguien que te alejara de la soledad. Al final construiste toda tu vida alrededor mío. Si yo me iba tu modo de vida desaparecería. Lo que nunca esperaste, era que terminarías aplastándome. Trate de sobrellevarlo, intente pensar que era bueno, pero llegó el momento en que ya no pude resistir las peleas o las miradas que le mostrabas todo el que se atreviera a hablar conmigo. Simplemente me cansé de que te quisieras invadir toda mi vida como si nada hubiera estado ahí antes.

—La peor parte no fue que me dejaras —objetó Joyce—. Fue el hecho de comportarte como si nunca hubiera pasado. Me dolió que después de todo lo que pasamos, te comportaras como si fuéramos extraños. Siempre esperé que un día sólo nos saludáramos como amigos, porque hicimos todo lo que pudimos para salvar nuestra relación.

Los recuerdos del tiempo que pasaron juntos inundaron la mente de Adrián, habían sido momentos tan únicos que no podían ser reemplazados. Sin embargo, ahora se mostraban grises y opacos, el valor que habían llegado a tener se había diluido con el tiempo. Eran momentos que nunca regresarían.

—Yo también lo esperaba —admitió Adrián—. Pero llegó el momento en que le hiciste daño a mi hermana. ¿Acaso olvidas cuando la enviaste a la dirección equivocada porque la invité a tu fiesta? —había desprecio en su voz—. Eso nunca te lo pude perdonar. Fue la gota que derramó el vaso. Ya no podía soportar lo que hacías para que tratáramos de seguir nuestra moribunda relación. Pensé que era lo mejor que se podía hacer. Tal vez trataba de evitar tener que enfrentarte, tal vez no quería que me siguieras haciendo daño.

—Y ahora estamos aquí —dijo Joyce, su rostro deformado por su macabra sonrisa aumentaba el obscuro halo que rodeaba a sus palabras—, frente a frente. He puesto en peligro a tu familia y tengo al amor de tu vida a mi merced...

—Estás derrotada —la interrumpió Adrián lleno de confianza—, ya no tienes quien pueda ayudarte. Sólo te queda rendirte.

—Debes de estar loco—dijo Joyce, la resolución que traslucían sus palabras comenzaron a preocupar a Adrián, algo muy malo estaba por ocurrir—. Llegué muy lejos como para retroceder y como ya lo dijo un hombre muy sabio: "Si tienes que irte, vete con una sonrisa".

Una vez que ella terminó de hablar, Adrián sintió como el tiempo disminuía su velocidad. El dolor y la sorpresa se mezclaron en una expresión que se adueñó del rostro de Daniel, mientras se desplomaba en el suelo. Tras él, Joyce reía de manera incontrolable, el afilado cuchillo que ella portaba, mostraba su gélido brillo empañando por el aterciopelado rojo de la sangre de Daniel.

La risa de Joyce era el único sonido que evitaba que el silencio se apoderara del momento. Algo se resquebrajó en el interior de Adrián, en el mismo instante que Daniel golpeó el suelo. No supo que fue lo que se rompió, sólo estaba consciente de que la muerte de Joyce sería lo único que podría apagar el dolor que sentía. 



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